La interculturalidad supone el reconocimiento y aceptación de diferencias culturales que permiten, estimulan y garantizan el establecimiento de relaciones cuyo fin es la integración, comunicación y respeto entre las mismas.
Sobre la base de esta premisa, propicio es recordar que en mayo de 1795 se trasladaron a la Hacienda “El Socorro”, en Coro, un contingente de valientes esclavizados liderados por José Leonardo Chirino, buscando reivindicar lo fundamental de todo ser humano: su dignidad.
Así, lejos del trágico final, es importante destacar que esta búsqueda tan esencial tiene la capacidad de trascender en el tiempo y mostrarnos infinitos aportes y experiencias que nos hacen ser quienes somos como país.
Por ello desde la ancestralidad africana, conmemorada oficialmente todos los 10 de mayo, es mucho lo que se contribuye a la identidad colectiva venezolana a través de valores positivos que se opongan al individualismo, la hipocresía, la falta de modestia, el egoísmo o la miseria, precisamente sobre la base de un fortalecimiento de nuestro gentilicio, el cual debe reconocer el acervo cultural de los diferentes grupos e individualidades que conforman dicha sociedad venezolana.
El componente social de nuestro país fue enriquecido desde el siglo XVI con seres humanos procedentes de la Costa del Golfo de Guinea y de la región Congo- Angoleña en grupos étnicos de origen Bantú que, cuando nos metemos aguas adentro hasta el sector de Barlovento-Curiepe-Birongo, hacen posible la apropiación con orgullo de la tradición conocida como “Sambarambule” o “Canto para matar la culebra”.

Su origen se remonta a estas comunidades africanas con la particularidad que –por efecto propio del rico intercambio cultural en estas tierras– es en Venezuela el único lugar del mundo donde fue posible la simbiosis de los tambores con el cuatro y las maracas para dar forma a una práctica de alto contenido simbólico-espiritual. Mediante el canto y representación artística de Arico, Francisco y una Anciana, se va dando forma a una escena en la que ante la picadura de una serpiente (fabricada normalmente de fibras vegetales o trapo) se desencadena una lucha contra ella e intervienen oraciones y métodos curativos que terminan con la muerte de la culebra a manos del personaje de Francisco.
Así pues, de entrada pareciera, como el caso de José Leonardo o tantas otras situaciones de la vida, que estamos ante una circunstancia trágica. No obstante, el valor de la fe en las cosas inefables junto al amor propio y la confianza del trabajo en equipo, generan una conexión natural con melodías, cantos y actitudes de vida que no se limitan a una coyuntura, sino que permiten enfrentar el día a día conectándonos con aquellas fuerzas esenciales que nos ayudan a sobreponemos.
Se trata de rescatar la alegría, aún cuando todo parezca perdido porque, tal como sucede en el Sambarambule, todos tenemos la capacidad de redirigir nuestras luchas, internalizar que el conflicto es tan solo una faceta y que marcar la diferencia sobre la base del respeto y el lenguaje de nuestros sentidos, permiten dar un salto cualitativo hacia donde queremos llegar como núcleo social.
Valga pues la ocasión para superar nuestros miedos y enfrentar desde la fuerza africana a esos colmillos que intenten desviar nuestros objetivos de vida haciendo vivo el adagio Wolof “Nit moodi garab u nit”: el hombre es la cura del hombre.
